Cuando salió aquella campaña de BMW en el 2000, no sé tú, pero yo no conducía. Tenía 9 años y si algo me gustaba era coleccionar tazos, comerme caballos, alfiles, torres y un buen sandwich de nocilla, preparar coreografías para el cumpleaños de mi bisabuela, los pelotazos, el calipo de lima, las fresas rellenas, gritar ¡Hola, Madriiiid! cuando nos acercábamos a la capital para visitar a la familia y alguna que otra chuche más. Con el tiempo y los ahorros, ya sí pude permitirme ir de paseo con un coche nuevo; uno que se atrapa en subida y que, bien limpito, es blanco.
En 8 años llevamos ya más de 12.000km. Los cuento como se cuentan los aniversarios porque, para quienes disfrutamos de nuestra soledad, el contador de kilómetros es un indicativo de la cantidad de veces que hemos dicho: me voy.
Yo no suelo cantar en la ducha porque me ducho en 3 minutos y 2 estoy agachada hidratando los tobillos. Pero en el coche, ah. Canto para la cámara, canto para el mundo, canto porque soy la finalista del último concurso de moda, canto en un escenario e incluso lloro cuando canto, lloro para emocionar a ese público imaginario, lloro para que me voten, lloro para ganar 100.000€. Canto a Raul y a Chayanne y a Melody porque mi enana está a salvo entre esos tapices. Tiene la falda subida, el puño por micrófono, sus snacks en el asiento de al lado, el sol en la espalda, 300 kilómetros por detrás y otros 300 por delante. Está en la autovía A-2, rumbo este, vuelve a Barcelona para ver a sus amigas. O rumbo oeste, a la que es ahora su casa y, por lo tanto, ya no saluda con un ¡Hola, Madriiiid!
Bueno pues, ahí, en el ecuador de este vaivén continuo, en el kilómetro 285 de la A-2, a la altura de Épila, está el bar de bocadillos más bar de bocadillos posible. Un bar que, en sus propias palabras, sirve “cocina patria”. De este lugar quería yo hablar. Y de un romance que no cuajó, pero dejó una bonita historia de carretera.
El Navarro, Km 285 A-2
Empezaré diciendo que, en esta historia, no era yo quien conducía. No cuando había que pagar un peaje equivalente a la factura de la luz, en cuyo caso no era tan terrible la idea de compartir viaje con desconocidos. Nos encontramos con el conductor en Moncloa. Aparentaba mi misma edad y timidez. Por aquel entonces, vivíamos los dos en Barcelona y compartíamos la idea de, tarde o temprano, mudarnos a Madrid. Hablamos a chorros, con un interés inesperado por el otro; hablamos de nuestros planes a futuro porque no era una cita y no había promesas, y hablamos de nuestras canciones. Otras canciones, claro. Mumford & Sons, Scotch & Water, Young & Sick, Empire of the Sun, Tame Impala. No Raul, ni Chayanne ni Melody. En los asientos de atrás nos acompañaban un chico y una chica, tampoco se conocían entre ellos, tendrían no más de veinte años. Durmieron la resaca todo el viaje. Imagina la escena: mamá y papá delante, los niños fritos.
Llegamos a El Navarro. Pedimos 2 cafés, para nosotros, los adultos. Los otros 2 salieron del coche, despistaos. Nos recordaban, en silencio, que había prisa. Estábamos sentados en esta terraza, donde merendé sola la última vez.
Reprendimos el viaje, saltábamos olímpicos de un tema a otro, “a 200 metros está su destino”, callamos, me dejó en casa, nos despedimos, dos besos, se fue con los niños. Al día siguiente, se publicaron estas reseñas en blabla:
«Volvería a viajar con él sin duda». Y nos volvimos a ver, en Barcelona y en Madrid, hasta que dejamos de vernos. En adelante, por motivos más bien relacionados con mi manía de cantar Soy una rumbera, rumbera salvaje como solista, y porque me gusta conducir, viajé a mi ritmo. Él, en uno de sus múltiples viajes por la A-2, dejó una notita bajo un macetero de piedra, tras la entrada de El Navarro. Eso me dijo por whats. Cuando tuve la oportunidad de parar, la busqué, que ya es tener mucha esperanza.
Este verano me he desviado. Se me echaba encima la modorra y el café no siempre es salvavidas. Tomé la carretera secundaria paralela a la autovía, para espabilar con el tracatrán de los caminos, jugar a buscar campos de girasoles, cruzar pueblos con el ánimo de ser tu ViaMichelin y decir cosas como: vale la pena ver Daroca, al sur de Zaragoza. Vale la pena, de verdad.
Hasta la próxima historia <3
Historia de película!
Yo no conduzco, pero tu descripción me ha encantado
¿Pero y la notita? ¿PERO Y LA NOTITA?
Por favor, quiero continuación de esto. Párate donde el macetero, maldita sea, y cuéntalo, aunque sea dos años más tarde :)