Este es el cine del pueblo de mis veranos. Se llama Cineteatro Girasol porque ocupa lo que en un pasado fue un campo de girasoles. Por esa pared pasó Antonio Feliciano, el último proyeccionista ambulante de Portugal que acercó más de 4.000 historias a aldeas donde el cine no hubiese llegado de ningún otro modo. Gracias a él, muchos pueblerinos vieron por primera vez el mar y grandes ciudades, y conocieron también al bueno, al feo y al malo. Esa no fue mi suerte. Yo supe de Antonio porque mis tíos, que se instalaron en el Alentejo para hacer del verano una vida, alquilaron un local que tenía el buen hombre en desuso y abrieron una tienda de bordados.
Antonio ya no está y en el Cineteatro Girasol ya no se proyectan películas. Al igual que muchos otros cines que cerraron y otros que cerrarán si no vamos. Pero bueno, al lío con la historia que vengo a contarte hoy. De fondo suena: ruidito de escáner digitalizando negativos.
¡Pide un deseo!
El 15 de septiembre solía ser (y sigue siendo), por antonomasia, el día en que empezaban las clases, la vuelta al colegio. En un contexto de reencuentros y nuevas agendas, lo habitual es que alguna amiga olvidara que aquel era también el día de mi cumpleaños.
De chica elegía celebrar los años en el cine del centro comercial (o en el del pueblo, cuando lo abrieron), rodeada de un puñado de amiguetes y bendecida con todo el pack: palomitas, hamburguesa, patatas fritas y pastel. Siete, ocho, nueve, diez, once, doce velas y un deseo muy muy fuerte de que nada cambiara, por favor, que las amigas no se me fueran.

En esta lista he guardado películas protagonizadas por pre-adolescentes que hubiese invitado a mi fiesta.
Se fue corriendo
Recién había cumplido los quince años y ya sí tenía permiso para ir sola en tren. Mi primera primerísima cita iba a tener lugar, también, en un cine. Había conocido a este chico en el chat de Habbo Hotel. Su nombre ha pasado al olvido, pero pongamos que se llamaba Pancracio. Pues bien. Me metí en un vagón dirección al centro de Barcelona para conocer a Pancracio. Nos encontramos en Plaça Universitat. Me llamaron la atención sus orejillas puntiagudas. Caminamos pocos metros hacia Aribau Multicines, compramos dos entradas en taquilla, nos pusimos en la cola de las palomitas, sonó el teléfono de Pancracio y Pancracio dijo: ahora vuelvo, salió a la calle, no volvió, se fue corriendo, lo vi, vi cómo Pancracio corría. Quiero decir, no tenía por qué correr, podría haberse tirado al suelo y haber huido de mí a rastras que tampoco hubiese ido yo detrás. No sé qué debió ver él, mis orejas son pequeñas en proporción al resto de mi cuerpo. Me quedé con las entradas en la mano y el aroma a maíz tostado esperando mi dinero. Pensé en revenderlas, y algo más debí pensar que nunca hice. Aquella podría haber sido mi primera vez sola en un cine, pero tenía otro plan mejor, que era llorar. Cogí el tren de vuelta y me reuní con las amigas. Estaban sentadas en un banco, tetrabrik de sangría en el suelo, cáscaras de pipas en los labios, les conté la historia, se rieron, yo también.
Todo se lo debo a USA
Los 13 años los cumplí en Saint Louis, Missouri y los 17 en Lawrence, Kansas. Fueron dos temporadas separadas en las que la familia al completo nos mudamos a lo más profundo de Norteamérica, por motivos relacionados con el trabajo de mis padres. Soy más que consciente de la suerte que he tenido de vivir ciertas experiencias, lo que no quita que resuma gran parte de mi adolescencia en un esfuerzo constante por hacerme huequillo. Muchos días jugando a Marco Polo en los que el grito ¡Marco! se quedaba sostenido en el aire.
El 15 de septiembre de 2008 mi hermana María y yo esperábamos en el basement de la casa de dos amigos, Martin y Tito (luny tunes y noriega). Escaleras arriba y a unos pocos kilómetros, estaba a puntito de terminar un partido de soccer que se disputaba entre nuestro instituto, Lawrence High School, y otro también local. Yo había desarrollado un crush por el capitán (típico) y me había atrevido a escribirle para invitarlo a mi fiesta de cumpleaños (no tan típico). Bring your friends, le dije. La seguridad estaba de mi lado, iba a exprimir el periodo de prueba gratuito del plan “hacer amigos en una nueva ciudad”. Tito subió al baño y dejó su vaso en la escalera enmoquetada. Uno ancho, rojo, de plástico. El que usaríamos para jugar a beer pong. Ya sabes qué vaso. Su padre vio que estábamos tomando cerveza. Canceló la fiesta. Soplé diecisiete velas. Nos fuimos. Coincidí con el capitán la noche de Halloween, nos hicimos novietes, quedábamos en su casa para ver películas, nos despedimos a los dos meses, nos prometimos reencontrarnos a los cinco años cuando hubiésemos terminado la Universidad. In your face, Pancracio!
Además de las asignaturas obligatorias que debía convalidar en aquel High School (las correspondientes a la rama que había elegido en mi instituto, el de aquí: matemáticas, física, química y biología), en el sistema educativo estadounidense existen infinidad de optativas que abrazan todas las curiosidades. En el tiempo que estuve en Kansas, estudié cine y rodé mis primeras películas, con mis padres por protagonistas, inspiradas en el lenguaje de Charles Chaplin. Las presenté como mi trabajo de investigación en cuanto volví a Barcelona, lo titulé “análisis de los planos cinematográficos”. Hablé mucho de proporciones y figuras, en un intento de justificar por qué había elegido el bachillerato científico.
El capitán ya no volvió a escribirme, ni siquiera cuando volví a USA para cursar el tercer año de carrera. Con los años, desarrollé un fetiche por un tipo de cine muy rudo y vengativo. La amabilidad que tenían en común los pre-adolescentes de la lista anterior dejó de ser mi refugio cuando me descubrí erotizando la figura de Kevin, el de Tenemos que hablar de Kevin. Celebré mi cumpleaños en San Diego, rodeada de un puñado de amiguetes y bendecida con el mismo pack: hamburguesa, patatas fritas y pastel. Veinte velas tenía ya. Sin palomitas porque ¿quién celebra su cumpleaños en el cine a partir de los veinte?
El día que conocí a Haneke
En un post reciente en el que recomendaba Novelas cortas y tranquilitas prometí contar algún día la historia del día en que conocí a Michael Haneke. Y ese día (redoble de tambores) es hoy.
A los 21 años escribía para una revista digital y tenía pases de prensa para el Festival de Málaga, donde pude entrevistar a directores y directoras de cine noveles. Esa admiración hacia “los nuevos de la clase” desarrolló aquel otro sentimiento: la aversión hacia lo popular. Mi sueño era ser guionista y proyectaba, también, una vida organizando festivales, galas, premios. Alfombras y telones rojos para las pequeñas historias. Como me había licenciado en Comunicación Audiovisual, una carrera con un prospecto desolador (“muy pocos de los que estáis hoy aquí conseguiréis dedicaros a esto”), me propuse dármelas de lista.
Hice un curso de Especialista en Protocolo que impartía la Universidad de Oviedo. Hinqué codos para memorizar los fundamentos históricos del protocolo, el ordenamiento jurídico estatal, el derecho premial, el protocolo ceremonial, aprendí de simbología, etiqueta, heráldica, vexilología, montaje de escenarios, seguridad y logística en la organización de actos. Aquel fue el año en que Michael Haneke ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y yo estuve ahí para verlo. Primero, en la entrada del hotel, sentado en un sofá, solo. Haneke es de la opinión de que sin respeto por el espectador no hay arte, y eso le ha hecho ganarse muchos enemigos. Así lo expresó en su discurso como premiado: También atontando a la gente uno se puede hacer rico. Lo amé en silencio.
Presenté mi tesina: Espacios de la visita del Comité de Evaluación del COI a la ciudad de Barcelona. Aplicación del Protocolo Olímpico. Me puse en pie frente al jurado de la Universidad, también, y canté, de carrerilla, el tema que dictó la bolita: heráldica y condecoraciones.
El cumpleaños que siguió a aquella etapa de mi vida lo celebré en Edimburgo, donde viví otro año y medio largo con mi pareja de aquel momento y trabajé organizando otro tipo de eventos. El 15 de septiembre de 2015, nueva ciudad, periodo de prueba expirado, tampoco fui al cine.
Lo cierto es que he sido muy saltimbanqui. De trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad. Si en el 2008 estaba en Kansas y en el 2015 en Edimburgo, era de cajón que en el 2023 volvería a mudarme. Más allá del cine, que me sirve en esta publicación como vehículo para moverme por mi pasado pisado, si algo tengo en común con aquella niña del vestido azul, la de 1994 (aparte del flequillo, una mirada de sospecha y dos hermanas maravillosas) es que también ahora aspiro a rodearme de peluches.
En esta lista he guardado películas protagonizadas por corazones confundidos a los que me gustaría abrazar.
La historia que vengo a contarte hoy
Una de mis greguerías favoritas de Ramón Gómez de la Serna dice así: Al inventarse el cine, las nubes paradas en las fotografías comenzaron a andar.
Todas estas fotografías veladas que he ido introduciendo salieron al revelar el primer carrete que usé con la cámara de mi yayo. En nuestra última conversación, le conté en qué consistía mi proyecto final de carrera. Me dijo que en casa tenía algo para mí, que se lo recordara al volver a Argüelles. Pero no volvimos juntos porque, en aquel mismo paseo, tropezó y se nos fue. Nos dejó, sin previo aviso. En la casa encontramos una caja con un montón de películas, grandes clásicos, también El bueno, el feo y el malo. Supongo que tuve mi propio proyeccionista en la sombra.
Este año, a las puertas de un nuevo cumpleaños, nos reuniremos un puñado de amiguetes y cambiaré las hamburguesas por ensaladilla de ventresca, pero mantendré las patatas fritas y el pastel. Treinta y tres velas. Ese es el plan. Y amanecer con la resaca justa el 15, que cae en domingo, comer con mis padres (cuyo aniversario de bodas fue también un quince de septiembre; son matemáticos) y plantarme en los Cines Ideal. A ver qué dan.
Si te animas, prométeme que no saldrás corriendo.
Habbo Hotel, el Mercadona de los buenos tiempos.
Hay un documental (de hecho, más de uno) muy bonito sobre ese cine y las personas que iban a esas sesiones alentejanas 💞
https://vimeo.com/16125130