La cantidad de veces que hemos dividido el mundo “en dos tipos de personas” es un indicativo de que en el mundo existen, por contraste, muchos tipos de personas. Tendríamos a las que han leído El Quijote y a las que no. O a las que les pirra el queso y a las que no. Con tan solo estos ejemplos, ya se identifican, por lo menos, cuatro tipos de personas: 1. las que han leído El Quijote y aborrecen el queso; 2. las que han leído El Quijote y adoran el queso; 3. las que no han leído El Quijote y aborrecen el queso; 4. las que no han leído El Quijote y adoran el queso. Quizá tú fueras una, y luego otra. O tal vez no del todo porque tu caso sea de esos que brillan entre los matices, tales como la posibilidad de que no hayas probado el queso siquiera (remota), o de que empezaras a leer El Quijote y lo dejaras a medias (creíble). Como desconozco tu posición, tan probable es que este fragmento te resulte familiar, como que no, como que quieras hincar el diente a la imagen que sigue, como que no:
Si vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.
—Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, Capítulo LXVI
Sea como sea, me aventuro a decir que tú y yo compartimos, al menos, un fragmento del conglomerado de la persona que somos: sabemos apreciar una buena historia cuando la tenemos delante.
En un lugar de Teruel, cuyo nombre es Mirambel, no hace mucho tiempo una familia1 asumió la gestión de una tienda de las de horno de piedra, pastas caseras, miel aragonesa y queso de Tronchón. Por este lugar no pasó Don Quijote, pero sí su autor. Con más de 500 millones de ejemplares vendidos, Don Quijote de la Mancha es el segundo libro más célebre, después de La Biblia. Suponiendo ahora que 500 millones de personas lo han leído, o por lo menos se han adentrado hasta pasado el capítulo 66, de donde se extrae esa mención, resulta irrebatible el argumento de José Antonio, el de la tienda, que aseguró tener consigo el queso más famoso del mundo. Así lo dijo, al otro lado del mostrador, con una cuña de Tronchón en las manos, pose orgullosa, sonrisa astuta y tono de buen vendedor: «este es el queso más famoso del mundo». ¡El queso del Quijote! Normal que me llevara dos. Y membrillo, cecina y jamón de Teruel, eso también lo añadí a la bolsa, que no todos los días se hace la compra en uno de los pueblos más bonitos de España.
La madrugada del 5 de enero, los Reyes dejaron en el comedor de mis padres un mantel redondo a cuadros, blancos y verdes. Sabrán ellos cómo lo hacen para acertar con los regalos. Le queda como un guante a la mesa, y es por eso que este es ahora el mantel de los invitados. Sobre esa base, dispongo el aperitivo a su llegada y me aclaro la garganta para dar paso a la voz. En esta casa en la que vivo, incluso las aceitunas merecen presentaciones. Y la sopa, que es receta de mi madre. Y la tortilla, con huevos y patatas del mercado de aquí abajo. Y ahora el queso de Tronchón, que conquistó a Cervantes. Las anfitrionas tenemos nuestros platos y nuestros platos tienen postdatas. Eso bien que lo sabe José Antonio quien, además de atender a la clientela y conocerse ese marketing que no se estudia, es concejal en Bordón2, pueblo colindante. La noche anterior a esta visita a la tienda me había recibido en su salón, donde cené en compañía también del alcalde y el secretario, esta vez como invitada. Por motivos que trascienden a este texto, nos teníamos algo de confianza, José Antonio y yo, pero no es por eso que me convenció. De haber dejado atrás la tienda con las manos vacías, no tendría más que una frase suspendida al volver a Madrid y recibir a una nueva tanda de comensales «y allí, en Mirambel, ¡estaba el queso más famoso del mundo!», una frase que no tendría sabor en el que apoyarse, equis orejas escuchando y la mitad de bocas esperando probarlo. Entenderás que traer el queso conmigo era, por el bien de la historia, necesario. Y por las tradiciones. Y por la economía rural3.
Empiezo esta sección, Pueblos, en Mirambel, pues fue a la vuelta de esta ruta por el Bajo Aragón que me decidí a verlos todos, los más bonitos de España. Mirambel se encuentra a veinte minutos de Tronchón y fue incluido en la lista por ser una de esas villas que ha quedado detenida en el tiempo. Tan detenida que poco más habría de hacer un equipo de producción que fuera a rodar, en sus diez calles empedradas, una película basada en 19364. La tienda, la única del pueblo, sirve de sustento para sus cien habitantes, y de museo para los turistas que, de vez en cuando, bajan de un autobús muy largo para prestarle una visita muy corta. Los turistas, siempre dicho así en tercera, como si no lo fuéramos también nosotros. Ay, qué tenemos los turistas con las tiendas. Esta se encuentra en el número 2 de la Calle del Horno, frente a lo que queda de un castillo de la Orden del Temple.
Antes de este viaje, de los templarios sabía yo lo que mi long-time-no-speak-ex me compartió en su día, por allá en aquellos tiempos en los que vivíamos juntos en Escocia, cuando estar lejos de casa era un sueño. Tenía veintitrés años, estaba enamorada y, puede que fuera por eso, por el interés hacia su persona, que labré un interés en los relatos y leyendas de caballería que lo lanzaban a él a otras carreteras (y yo de copilota, que eso hacen las parejas). La historia de los templarios es una que va de levantar castillos y proteger a los cristianos, pero también es esta, puesto que fueron ellos quienes llevaron la receta del queso de Tronchón a Aragón desde los Pirineos, con un ganado trashumante, un ordeño determinado y el cuajo adecuado5. Quién nos lo iba a decir, long-time-no-speak-ex, que lo que me contabas allí por las Highlands iba diez años más tarde a impactar en la compra de un queso, en un pueblo tan pequeño.
Esta última historia, como es de suponer, no fue la que traje a la mesa cuando llegaron los invitados y plantaron los panderos en mis sillas de pana verde, a juego con el mantel. La del Quijote era más popular, más folclórica, en eso estoy de acuerdo con José Antonio.
Y a ti, que estás aquí leyendo y no puedo darte una rajita, te diré que el queso de Tronchón se corta suave y tiene un sabor dulce, aunque el regusto permanece un rato largo. Como una mano bien puesta en la rodilla.
Notas al pie de Mirambel, y otras historias
Fue Inés, hija de José Antonio, quien asumió la gestoría de la tienda en 2023 y lanzó un mensaje a los jóvenes de la zona para que no marcharan a las ciudades, que no dejaran morir estos pueblos. Vive con su padre en Bordón.
En Bordón, aunque no figura en la lista de los pueblos más bonitos, también el tiempo parece haberse detenido a los pies de una iglesia templaria preciosamente restaurada.
En la actualidad, algunos pueblos del Teruel se han sumado a la protesta simbólica del malestar que se vive en el sector agrícola, volteando los carteles de entrada y salida a los municipios, esperando que los de arriba reciban el mensaje y tengan en consideración a los de abajo.
En 1994, el director Ken Loach rodó en las calles de Mirambel la película Tierra y libertad, una historia que trata sobre la revolución de los campesinos y trabajadores en plena Guera Civil española.
Me encantó la historia! Aunque debo confesar que entré por la foto! Amo los quesos y no leí El Quijote, así que supongo que soy el tipo de persona número 4! 😅
La mejor escritora de mi mundo ❤️