En los confines de una pequeña ciudad sueca había un viejo jardín abandonado. En el jardín había una vieja casa, y allí vivía Pippi Calzaslargas. Tenía nueve años y vivía completamente sola. No tenía padre ni madre, lo cual era una ventaja, pues así nadie la mandaba a la cama precisamente cuando más estaba divirtiéndose, ni la obligaba a tomar aceite de hígado de bacalao cuando le apetecían caramelos de menta.
Hace unos años dedicaba mi trabajo a redactar piezas sobre la plasticidad cerebral que tienen los niños y esa idea de que somos esponjitas cuando se trata de descifrar un idioma a edad temprana. Previo a esto, escribí sobre “cómo sobrevivir a la lluvia el día de tu boda”, “los motivos para apuntarte a un curso de psicogenealogía”, “tu guía para hacer un buen pitch en una ronda de inversión”, y otros temas que me temo habrán llevado a alguna persona a tomar la decisión equivocada. Así que escribir sobre “las razones por las que tus peques deberían aprender otra lengua antes de los 7 años” se me presentó como una oportunidad histórica. Por fin podía usar la voz de la experiencia. Por fin hablaría de la historia de mi vida, de cómo el destino cambió mi movida. Y si no has entonado el rap de El Príncipe de Bel-Air al leer estas líneas, ¿qué estabas haciendo tú en 1996? Yo, sin comerlo ni beberlo, llegué a ser la chuleta de un barrio llamado Luleå.
Dentro va: la historia de la niña que cantaba en sueco.
Yup, that’s me. You’re probably wondering how I ended up in this situation.
Debería empezar aclarando que Luleå no es un barrio, es una ciudad costera al nordeste de Suecia. Nos acogió en el 96 a mis padres, a mi hermana María (la renacuaja de la boca llena) y a mí, sentada a su lado. Vinimos para acompañar a los mayores en su persecución de las grandes incógnitas de las matemáticas. Yo tenía 4 y luego 5 años. María 2 y luego 3. En Suecia, el concepto de guardería se extiende hasta los 6, así que las hermanas, durante aquel año de nuestras vidas, fuimos a la misma clase, compañeras del mismo pelotón.
La guardería era una casa, con su cocina, su comedor, su gimnasio y su patio; como diría Pippi: un castillo. Un lugar de mentalidad holística que tenía, como máxima, el respeto hacia la naturaleza innata de cada niño. Si andábamos descalzas o apartábamos las verduras del plato, o si el grupo salía a ver árboles y una de nosotras seguía entretenida con las acuarelas, no había profesora que nos lo impidiera ni nada que se le pareciera a una riña. Hasta los 6 años, en Suecia, no hay obligación por seguir una enseñanza académica. Los suecos son más de observar y ver qué pie calzan sus crías antes de comprarles los zapatos, no vaya a ser que les aprieten de por vida. Pasábamos gran parte del día cantando, correteando, jugando, cocinando galletas, deslizándonos por montañas de nieve a menos quince grados. Cuando en alguna ocasión mis padres pidieron las explicaciones pertinentes (por ejemplo, ¿qué hace nuestra hija en bragas ahí afuera?), obtenían esta respuesta: es su decisión.
Por la tarde, escuchábamos en el radiocasete las historias de una niña que vivía bajo sus propias leyes, que renunciaba a las impuestas por los adultos. Calzaba unos zapatos que le venían grandes. Pippi Calzaslargas, para nosotras, siempre fue Pippi Långstrump1. De entre todas las cosas que nos enseñó Pippi, también estaba el sueco. Y, como teníamos el sueco, teníamos amiguitas. Ahí va una buena razón.
A razón de estas cintas VHS que hemos digitalizado y vuelto a ver ahora, quise saber qué era lo mío, qué actividad elegía cuando se me bendecía con la libertad de hacer lo que quisiera. ¿Cocinaba por gusto? ¿Hacía el pino puente? ¿Atrapaba ladrones? ¿Levantaba caballos a brazos?
—Hija, tú siempre hacías caso.
—Pero me encantaba romper las páginas de los libros, ¿no?
—Sí, bueno.
—Suficiente.
La niña que rompía libros, esa fui, una rebelde, no me enorgullezco, pero qué le vamos a hacer. Ahí me verás vestida con un mono térmico color rojo, apuntando maneras, anunciando el peligro, actitud de amenaza. Cualquiera lo diría, que esa frívola insubordinada se convertiría en una treintañera quejicosa que se tapa en agosto con edredón y se pregunta, un 6 de octubre tonto, cuándo dejará de ser pronto para enchufar los radiadores, cuánto falta para echarse a leer junto a la chimenea y beber chocolate con Gustav.
¿Por qué grabábamos?
Más allá de inmortalizar un recuerdo, grabábamos porque estábamos lejos.
Llegado diciembre, sucedieron dos cosas. Una es que a las 3pm ya era noche cerrada, por lo que las hermanas, impacientes, no hacíamos más que preguntar a nuestros padres por qué venían tan tarde a buscarnos a la guarde, por qué salían tan tarde de trabajar. La otra es que nos fuimos de Suecia y el Sol volvió a su posición.
Mis padres son, en esta foto, los únicos con cabellera oscura. Su trabajo nos ha llevado a vivir lejos de casa en distintas ocasiones y, del mismo modo que ellos viajaban, muchos otros colegas de profesión venían a verlos. En una de estas visitas, veintipico años tendría yo ya, un matrimonio sueco se sentó en nuestra mesa, en Sant Cugat. Me preguntaron si recordaba algo de su idioma, solté esta frase que guardaba como oro en paño: «Jag känner för att bajsa». A pesar de mi intento por imitar un acento brusco, no tenía ni pajolera idea de lo que estaba diciendo cuando la volví a pronunciar; ahora ya lo sé, y tú también si lo buscas2. Recuerda: tenía 4 y luego 5 años.
El sueco lo olvidé al poco de volver a Barcelona. No es raro que pase, ya lo anticipaba al principio, que incluso de las esponjitas se escurre gran parte del agua. Quizá todo lo que tendría que haber hecho es seguir cantando. Tip, top, tipitipitiptop, tip, tip, top.
Con respecto a mi trabajo, ahora escribo sobre otras cosas. Hablo de quesos nórdicos, por ejemplo. Aquí te dejo uno de mis últimos conceptos, con la excusa de compartirte también cómo es ahora la voz de la niña que cantaba en sueco. Y con respecto a su vida en otros lugares, puedes seguir tu lectura en estas historias donde, con mayor esfuerzo y sin intermediación divina, entra el inglés en el terreno de juego:
Hasta la próxima historia,
Me encanta tu historia.
👏🏼👏🏼👏🏼🤌🤌
Tack så mycket för denna hjärtevärmande berättelse!